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lunes, 9 de mayo de 2011

Relato: Una Psicópata Anda Suelta

Introducción24 de Diciembre de 2010



Primero la amé, luego la odié, y ahora… sólo trato de desprenderme de un grano en el trasero.


La ordinariez y la falta de clase con la que inicio la introducción simplemente se trata de un aperitivo del reflejo de algunas de las características de la “psicópata“; de ahí mi explicación a emplear la vulgaridad.


El tiempo no borra los recuerdos, los transforma. Aún así, no destruye su esencia. El hedor de su esencia espanta a los leones, por eso voy a elaborar un jabón de una eficacia absoluta.
Los ingredientes constan de unas propiedades capaces de hacer que desaparezca su sonrisa. La sosa caústica, mi narración de los hechos, la irá abrasando lenta y dolorosamente. El aceite usado, un toquecillo humorístico, manchará la falsa reputación que ella misma se creó.


Le di un mapa de mi alma y maltrató cada rincón de mi ser, destruyéndome. Al parecer, no ha acabado aún conmigo porque, maliciosamente, no cesa de buscarme, de todas las impensables formas posibles...
Siempre he tratado de ignorarla porque dicen que la ignorancia es la torta que más duele. Pero las tortas, visto lo visto, no son lo suficientemente satisfactorias para su paladar. No se le pasa esa fiebre obsesiva.
Y hoy, mientras me duchaba, he pensado que no voy a rebajarme a su nivel. La violencia barrio-bajera, desde luego, no es lo mío. ¿Y qué mejor remedio para bajarle la temperatura que el siguiente?


Ya que la literatura es reproducción de belleza y yo (como buena amante que soy) le hago el amor con mis escritos, voy a describir en todo su bello esplendor mi versión sobre una historia inolvidable de mi vida, sofocando un orgasmo brutal.


Después, cuando lea el relato, se fume un cigarrillo y esté impregnada del olor del jabón, sabrá si debería o no lavarse esa sucia boca, porque si revelo su mayor secreto (bien sabe cuál) puede ser que, de tantos estancazos en la cara que le darán con éste jabón, se acabe ahogando en una inmensa montaña de pompas, creadas con el roce de sus lágrimas…


No tengo nada malo mío que esconder, pero suyo sí... y, si se porta bien ¡y sólo si se porta bien!, me coseré con hilos de paz el labio superior al inferior. Esa manía persecutoria tiene que finalizar.


Por cierto..., pese a sus intentos en balde de que yo sea infeliz, le doy las gracias por hacerme tan inmensamente feliz, regalándome la inspiración bendita que me ha conducido a esto.


Ya me lo decían: ahora lloras, pero algún día te reirás.


Al fin encontré la parte positiva de conocerla.